Cuando éramos pequeños, era común aprender que, si nos equivocábamos en algo y cometíamos un error, estaba mal. Si hacíamos las cosas bien, teníamos premio, algo que tuviera valor para nosotros y que era la imagen de que íbamos en la línea adecuada.
Era frecuente ver que cuando hacíamos los deberes e incluso los exámenes, todo error que se cometía se marcaba con un bolígrafo rojo, y siempre he leído que utilizar el rojo nos hace que sea algo para que se marque en nuestra memoria.
Cuando iba a la universidad, para los temas que más complicados me resultaban, pasaba los apuntes a rojo, y parece mentira, pero surtía su efecto, no sé si por sugestión o por todo el empeño que le ponía cuando pasaba los apuntes.
Hoy en día, siendo adultos y algo más mayores, seguimos aplicando la técnica de tratar de no cometer errores, y que, si lo hacemos, puede salirnos caro, ya sea aplicado al día a día en general, o a un puesto de trabajo.
En todos los órdenes de la vida nos empeñamos en aplicar un perfeccionismo lineal, un perfeccionismo que no se salga de lo que hemos marcado como lo que está bien, y muchas veces no somos conscientes de lo delgada que es la línea entre lo que está bien y lo que está mal, a nuestros ojos, y a los de los demás.
Nos hemos acostumbrado a crecer para ganar, a medida que vamos siendo mayores, queremos demostrar todo cuanto valemos, y muchas veces caemos en el error de compararnos con los demás.
En las redes sociales, por ejemplo, seguimos a aquellos denominados influencers, como ejemplos de personas que comparten un contenido vivo, sano, llamativo y nos llega de la mano de gente que aparentemente no tiene ningún tipo de problema ni complicación.
Y eso frustra, mucho. Muchas veces se viene a la cabeza el pensamiento de: “ojalá yo hubiera otra vida diferente, como la de esa persona, sin problemas, sin tristezas…” y eso le hace a uno sentirse realmente mal. ¿Es correcto? No. Al igual que cuando vamos a comprar, el escaparate de la tienda es sumamente llamativo para incitar al consumo, las personas, tenemos que ser conscientes de que donde hay una cara feliz, detrás también existen complicaciones.
¿Esto tiene que servirnos para conformarnos? No, tampoco es forma de vida pensar que los demás tienen problemas para ser el resto felices.
Es necesario tratar de encontrar un equilibrio que gire en torno a nuestra vida y la de los que nos rodean. Tratando de encontrar todos esos puntos que nos hagan superar el error y el fracaso y, por tanto, aprender de ello.
«Es preciso saber lo que se quiere; cuando se quiere, hay que tener el valor de decirlo, y cuando se dice, es menester tener el coraje de realizarlo» — Georges Clemenceau
Aprendizaje y superación personal de la mano del error y el fracaso
Si atendemos a las circunstancias que la pandemia nos está haciendo vivir, podemos entender que, si nos ha ocurrido algo malo y hemos fracasado en la consecución de nuestro objetivo, esto indirectamente nos ha otorgado sabiduría, fuerza y resistencia. Si quizá nos encontramos en el medio de un túnel, podemos no verlo aún con determinada claridad.
Hay personas que han perdido familiares, otras han perdido su empleo al que podían considerar estable, otras se han tenido que enfrentar a circunstancias que no esperaban o que seguramente no imaginaran que les podría llegar a pasar.
Y aquí es frecuente hacerse la pregunta ¿Cuál ha sido el error que he cometido? Hay circunstancias que no se pueden controlar. Y tenemos que aprender que, en ocasiones, el fracaso, por mucho que atice, tiene que ser soportado, ¿por qué? Porque prepara para futuros enfrentamientos para la vida.
Lo habitual es considerar al fracaso como un muro, un bloqueo que resta capacitación, confianza y aminora recursos para hacer frente a la vida. Fallar en algo nos hace sentirnos tristes, abatidos y sin esperanza. Aquí se abren varios caminos: Unas personas se cuelgan una fachada tratando de evitar a toda costa estos efectos negativos, haciendo ver que no pasa nada, y tapando las consecuencias, sin tener en cuenta que es camino asegurado a volver a equivocarse.
Por otro lado, hay personas que deciden justificarse, pedir disculpas y aprender de la experiencia para que, o bien no vuelva a suceder o, si sucede, no tenga un efecto tan negativo. En lugar de considerarlo algo profundamente malo, es necesario observar todas aquellas lecciones que trae y de las que se puede aprender.
El fracaso, profesor de vida
Al igual que los profesores nos acompañan en nuestras distintas etapas de aprendizaje, el fracaso es un profesor durante toda nuestra vida. Un profesor que, por muy duro que resulte, nos enseña cosas muy valiosas para nuestro bienestar.
Seguro que todos recordamos ese profe duro que hacía que tuviéramos una asignatura profundamente atravesada y que, con el tiempo, nos hizo entender y ver su importancia.
El fracaso nos da vida, forma a la hora de aprender y determinada lucidez que, si nos empeñamos en no ver, al final nos acaba golpeando. A veces es necesario enfrentarlo varias veces, ya que el aprendizaje es más duro o más costoso, pero siempre se traduce en una experiencia positiva y a largo plazo.
Aunque a veces sea costoso, a la larga permite ahorrar tiempo y energía en el camino al éxito y la consecución de objetivos, haciendo gala del ensayo y error y aprendiendo durante el proceso.
Es necesario ser objetivos, tener una mente abierta y ser capaces de enfrentar las distintas circunstancias que nos acompañen.
Aspirar a una vida sin problemas y fracasos no es viable. El fracaso forma parte de la vida de las personas, y es una gran parte que permite el aprendizaje a base de circunstancias diferentes. Permite canalizar la energía, hacer frente a un derrumbe emocional y controlar todo cuanto se pueda, teniendo en cuenta que hay ciertas circunstancias que no son controlables y que nos van a dar momentos de inquietud tal vez.
Y tú, ¿has aprendido durante estos meses diferentes? ¿Consideras que has cometido errores o te has enfrentado al fracaso? ¿Cómo lo has superado?
¡Feliz semana!